[Reproducimos la reseña sobre esta obra que ha hecho Juan Manuel Iranzo, doctor en Sociología i profesor en la Universitat Pública de Navarra, publicada en el web Crónica Popular.]
Si, en el sentido más general posible, la democracia puede definirse con las palabras de Abraham Lincoln en el Discurso de Gettysburg “el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”, el libro Las vecindades vitorianas. Una experiencia histórica de comunidad popular preñada de futuro podría ponerse como ejemplo de lo que podría ser, incipientemente, una ciencia social democrática. Porque no lo han escrito profesores universitarios ni otros expertos sino un grupo de activistas que moviliza desde hace años la vida comunitaria del Barrio Antiguo (Alde zaharra) de Vitoria/Gasteiz.
De siempre habían oído contar que antaño la ciudad había estado organizada en ‘vecindades’ donde la fraternidad y la solidaridad eran notas dominantes. Y decidieron estudiar por sí mismos esa antigua forma de auto-organización popular. El resultado literario de su labor, este libro, además, no se dirige a los especialistas ni es una obra de ‘divulgación científica’, sino un texto sencillo y claro, franco y sincero, donde cuentan sus hallazgos, sus reflexiones y sus proyectos a personas como ellos, de hecho, a cualquiera que se interese por la salud de la vida vecinal y comunitaria. De ahí que, por convicción personal anti-lucrativa y también para que el dinero no sea un obstáculo para quien desee leerlo, el libro aparece bajo licencia Creative Commons© y está disponible gratis en: http://nedediciones.com/pdfs/Ebook_Vecindades_Vitorianas_CC.pdf. Así, pues, dado que este es un libro sobre el pueblo, escrito por gente del pueblo y para ese mismo pueblo, es un ejemplo de lo que podría lograr una ‘ciencia democrática’ que se organizase mediante fórmulas de cooperación fecunda, con plena autonomía mutua, entre ‘expertos’ y ‘aficionados interesados’.
Con todas sus limitaciones y defectos –patriarcales, embebidas de catolicismo y un tanto xenófobas, lo usual en su tiempo‒ las propias vecindades vitorianas son un interesante ejemplo de organización democrática popular. Desde la fundación medieval de Vitoria/Gasteiz sus pobladores crearon agrupaciones vecinales de tamaño aproximadamente similar al de sus localidades rurales de origen y adaptaron al entorno urbano las formas de cooperación social tradicionales en ellas: el batzarre (concejo abierto), el auzolán (trabajo comunitario), la libre elección anual de sus ‘mayorales’ (que reunían funciones de jueces de paz, custodios de los bienes comunes, organizadores de las labores y festividades comunales, guardianes de la paz, la seguridad y la moralidad públicas, y coordinadores y portavoces políticos de la vecindad, etc.) y el auto-gobierno basado en la ‘ley’ de sus estatutos y capitulaciones tradicionales, escritos o no, que podían modificar en asambleas abierta periódicas –cuya convocatoria era obligada por Semana Santa, Pentecostés y Navidad, para mantener y sacralizar la continuidad de esa vida democrática.
En sus apasionadas páginas, este trabajo reúne multitud de documentos y testimonios históricos sobre el origen, la ordenación espacial, la organización formal interna, la dinámica de funcionamiento, la vida diaria, las ocasiones rituales (con especial atención a las numerosísimas fiestas) y la evolución histórica de las diferentes vecindades a lo largo de más de cinco siglos. La más sucinta relación de su contenido desbordaría la extensión de esta reseña, pero es de rigor mencionar al menos un botón de muestra, que bien puede ser este: en 1615 una vecindad apela a la Real Chancillería de Valladolid una sentencia del ayuntamiento que anulaba, a petición de un vecino, la sanción que a este le había impuesto su vecindad por incumplir sus deberes comunitarios, y… el alto tribunal le da la razón: la vecindad es soberana en sus asuntos propios y no una entidad semi-pública subordinada al concejo municipal (cerrado desde hacía mucho ya y dominado por unas pocas familias caciquiles del patriciado urbano).
En conjunto, este libro presenta, quizá de un modo poco sistemático pero fascinante, la secuencia histórica del paulatino y prolongado ‘choque tectónico’ entre la comunidad tradicional –aquí, las vecindades‒ y el estado –aquí, la monarquía patrimonial de los Reyes Católicos y los Habsburgo, luego el ilustrado Borbón y el moderno liberal-burgués‒ complicado por la evolución de la estructura social desde los estamentos medievales (grandes nobles, infanzones, alto y bajo clero, pueblo común) a las clases modernas (magnates, pequeña burguesía comercial y artesana, pueblo ‘bajo’, ‘proletariado’, etc.)
Pero este libro no se queda en la mera narración anticuaria y localista. Toda su segunda parte, más de un tercio de su extensión, está dedicada a mostrar la virtual universalidad del gobierno comunitario. Usando una amplia paleta de referencias bibliográficas que incluyen desde fuentes antiguas, como Al-Farabi, y exposiciones históricas de comunidades vecinales en Castilla, León, Navarra, el País vasco, en algún caso hasta bien entrado el siglo XIX, pasando por numerosas descripciones etnográficas tanto del Viejo como del Nuevo mundo, y la recuperación de las reflexiones políticas de Piotr Kropotkin sobre la evidencia antropológica de las poblaciones rusas y no rusas en lo que entonces era el imperio zarista, hasta la realidad contemporánea de las comunidades tanto rurales o semi-urbanas tradicionales como de ocupantes de tierras o de vecinos de barriadas en diversos lugares del mundo, pero especialmente en las Américas –de ahí, en homenaje a las comunidades andinas, el nombre del colectivo-autor: Egin (‘hacer’ en euskera) Ayllú (‘comunidad’ en quechua).
Todo este esfuerzo, todo este material reunido sirve finalmente para, en el último capítulo, reflexionar sobre el pasado, el presente y el futuro de este colectivo cívico. Sin idealizar ni copiar las vecindades de otrora, su estudio ha servido como fuente de inspiración para proponerse diversas acciones: por ejemplo, crear medios de comunicación propios, volver a celebrar fiestas puramente vecinales, conseguir una casa común (centro social), idear con diversas asociaciones civiles existentes un proyecto social para el barrio para realizar vía auzolán, crear una red de solidaridad mediante un grupo de pre-mayoralas/es que detecten necesidades sociales no atendidas o resucitar un día la asamblea vecinal abierta.
Originalmente, en una sociedad sin apenas profesiones, organizaciones e instituciones, la población solo podía procurarse bienes y servicios comunes mediante su auto-organización colectiva solidaria. No fueron disposiciones político-administrativas del estado lo que, tras siglos de vida tenaz, acabó con las vecindades, sino su mero crecimiento y desarrollo, así como del mercado, cuya tentadora competencia en la oferta de esas necesidades acabó siendo individualmente más conveniente para los vecinos. Pero hoy, en estos días de casi-crisis fiscal de los estados más poderosos, confusión en los mercados globalizados y emergencia ecológica, la antigua comunidad, renovada, actualizada y navegando con los nuevos medios de info-comunicación y las antiguas artes del auto-gobierno colectivo puede tener una segunda oportunidad y, quizá, descubrir un nuevo continente –o, mejor, un numeroso, exuberante y diverso archipiélago‒ de auto-organización social. Hacia allá se dirige Egin Ayllú y en este libro narran sus primeras singladuras y exploraciones.
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