Artículos/Opinión / Economía comunal / Revolución Integral

Economía comunal

Artículo de Antón Dké,  publicado en “El blog de Nanín” en julio de 2013.

Vivimos en una sociedad de mercado, en un mundo en el que todo ha sido transformado en mercancía…la cultura, la salud, la educación, el tiempo de las personas, toda la experiencia vital de cada individuo ha sido privatizada y convertida en mercancía, en una economía de servicios generadora de la efímera ilusión de bienestar momentáneo, que anula la libertad y autonomía del individuo humano y se dirige insoslayablemente hacia su propio precipicio sistémico, en acelerada y caótica deriva. Para apreciar los síntomas del caos anunciado no hace falta esperar, basta pararse un momento y mirar el mundo : ¿no es ya un caos que el ideal de vida humana se reduzca a la mera función digestiva, que la existencia se limite al acto compulsivo de consumir hasta morir?, ¿en qué consiste el cacareado éxito de una economía, la capitalista, incapaz de gestionar con un mínimo de racionalidad la abundancia de recursos naturales y humanos, de despreciar la creatividad y el talento de grandes masas de individuos reducidos a la condición de esclavos asalariados o, incluso peor, excluidos del mercado por insolventes, seres sobrantes, obsoletos?, ¿cuál es el éxito de un sistema que convierte la vida en un concurso televisivo y competitivo al modo del Gran Hermano?… entender por qué esta economía ha logrado tal éxito de audiencia es el inicio de una nueva conciencia que lleva a la imperiosa necesidad de organizar la vida en sociedad de manera radicalmente diferente, orientada a la convivencialidad. Pues eso y no otra cosa es la revolución integral.

A la altura de tal finalidad, la economía de futuro no puede ser sino comunal, fundada sobre el rescate de los bienes comunes, aquellos que no perteneciendo a nadie son accesibles para todos. Son los bienes naturales existentes en el planeta Tierra, cuya parcelación y apropiación privada es una aberración ecológica y racional de tamaño cósmico. Son todos los bienes que sustentan la vida en su conjunto y no sólo la de la especie humana, los bienes que integran la inmensa abundancia del mundo, hoy secuestrada y transformada en mercancía escasa, sólo al alcance de los individuos más depredadores y competitivos, al amparo de una ley de propiedad privada protectora de instintos primitivos nada evolucionados, aquellos que nos impiden ser realmente humanos, despegarnos de la cultura propia de nuestros ancestros, los primates.

Hablar hoy de los comunales actuales es referirse a unos escasísimos bienes residuales salvados de la rapiña propietarista, de la cultura de apropiación de lo común. Yo no estoy de acuerdo con quien afirma que los movimientos sociales han situado los comunales en el centro de la discusión política, porque más bien este juicio se refiere a los bienes públicos, confundidos con “lo estatal”, bienes controlados y gestionados por el mercado en connivencia con los estados, con la finalidad de su privatización y mercantilización,  de producir poder y, en definitiva, dominio sobre los ciudadanos-consumidores.

En general, los economistas académicos han considerado que estos recursos comunes o de acceso “abierto” (por hacer una caracterización genérica y aproximativa) requieren siempre de la intervención del Estado o del interés privado, basándose en el dilema conocido como la “tragedia de los comunes” descrita por Garret Hardin en 1968, según la cual, los individuos que manejan compartidamente un recurso común, acaban por destruirlo, incluso en contra de su conveniencia, motivados por su propio interés individual. Se cita a la economista Elionor Ostrom como excepción a esta tradición académica, por haber estudiado “la manera en la que diversas sociedades han desarrollado formas institucionales al respecto y casos concretos en los cuales las comunidades humanas han instituido prácticas comunales que han permitido la preservación de bienes comunales y evitado la degradación del medio”. Su trabajo vino a demostrar que las comunidades desarrollan sofisticados mecanismos de decisión para el manejo de los conflictos de interés, en contra de quienes siempre han pretendido presentar las prácticas comunales como residuo de sociedades simples y primitivas, con la idea fija y errónea de que la economía, al cabo, es una ciencia sólo apta para expertos.

El trabajo fundamental de Ostrom al respecto fue “Governing the Commons: The Evolution of Institutions for Collective Action” (1990), en el que resume los siguientes principios exitosos para la resolución de problemas en la gestión de los bienes comunales:

  1. Límites claramente definidos y exclusión efectiva de extraños.

  2. Las normas referidas a la apropiación y disposición del procomún deben ajustarse a las condiciones locales.

  3. Los beneficiarios pueden participar en la modificación de los acuerdos y reglas para poder adaptarse mejor a tales cambios.

  4. Vigilancia del cumplimiento de las normas.

  5. Posibilidad de sanciones adaptadas a las violaciones de las normas.

  6. Mecanismos de solución de conflictos.

  7. Las instancias superiores de gobierno reconocen la autonomía de la comunidad.

En esa relación de principios se evidencia una interpretación de lo bienes comunes como un subsistema económico integrado en la economía general, es decir, en la economía capitalista, lo que me lleva a rechazar su trabajo a pesar de sus positivas aportaciones. No es el único caso. Considero generalizada la costumbre de presentar los bienes comunes en modo que propicia la confusión con “lo público” y/o “lo estatal”. En la confusión, esa pretendida defensa ignora que tanto lo público (gestionado por el Estado) como lo comunal (de gestión democrática y comunitaria) están sentenciados por el sistema dominante, en cuyos engranajes sólo cabe una interpretación abstracta de los mismos, adaptada a los mecanismos de privatización y mercantilización, tan propios de los mercados como de los Estados que dictan las leyes convenientes a tal fin. Mientras eso sucede a toda prisa, lo comunal es tapado por el sucedáneo de “lo público”, para ordinario y temporal consumo de ciudadanistas y progresistas desorientados.

En una entrevista publicada por el periódico Diagonal, Silvia Federici aporta una cierta claridad acerca de esa confusión esencial. Afirma que “la cuestión de los comunes es de máxima actualidad porque a lo largo del mundo se ha impulsado la privatización de todos los espacios, del patrimonio natural, etc. Hasta el punto de que si no se paran estas tendencias pronto no tendremos acceso, salvo a través del dinero, a los mares, a las playas, ¡incluso a las aceras! No sólo se han privatizado tierras y bosques, sino también el conocimiento; ésa es una de las cuestiones clave ahora mismo”. A la pregunta de si los comunes pueden ser una alternativa al sistema público-privado o sólo un apoyo a lo público, responde: “Hoy en día lo público está siendo privatizado por el Estado. No lo controlamos, no tenemos capacidad de opinar en su gestión. Por eso lo público no es lo común: lo común es una gestión comunal de esta propiedad, desde la base, cuando creas formas de organización e instituciones que establecen este tipo de control y sus reglas. Porque cuando tienes comunes hay que tener reglas, no sólo en términos de derechos sino también de reciprocidad, del cuidado que hay que proporcionar al espacio, la tierra o los conocimientos…” Y advierte a continuación sobre los peligros de manipulación de los comunales: “…Estamos en el proceso de articular las formas de relación y las instituciones que necesitamos para tener comunes que sean genuinos, que no sean cooptados y usados para, de algún modo, salvar al capitalismo”.

Desde el año 2007, el Laboratorio del Procomún, una de las plataformas de Medialab Prado (Madrid) viene investigando y explorando la actualización de los comunales, reinventando este concepto con la denominación de procomún. Según esta plataforma:

Procomún busca expresar mediante un término nuevo una idea muy antigua: que algunos bienes pertenecen a todos y que en conjunto forman una comunidad de recursos que debe ser activamente protegida y gestionada. Está constituido por las cosas que heredamos o creamos conjuntamente y que esperamos legar a las generaciones futuras.

Pertenecen al procomún los recursos naturales como el aire, el agua, los océanos, la vida salvaje y los desiertos, y también Internet, el espacio radioeléctrico, los números o los medicamentos. También incluye abundantes creaciones sociales: bibliotecas, parques, espacios públicos, además de la investigación científica, las obras de creación y el conocimiento público que hemos acumulado durante siglos”.

Antonio Lafuente, uno de los principales impulsores del laboratorio del procomún, añade:

Esta noción es un concepto ancho, plural y elusivo: ancho porque abarca una considerable diversidad de bienes naturales (selvas, biodiversidad, fondos marinos o la Luna), culturales (ciencia, folclore, lengua, semillas, Internet), sociales (agua potable, urbe, democracia, carnaval) y corporales, también llamados de la especie (órganos, genoma, datos clínicos); plural porque son tan múltiples como los muchos modos de existencia que adoptan las comunidades, tanto en el plano local, como en el regional, estatal o internacional, pues no hay comunidad sin un procomún donde asentarse; y elusivo porque siendo fundamental para la vida lo tenemos por un hecho dado. Un don que sólo percibimos cuando está amenazado o en peligro de desaparición”.

Obsérvese como en esa relación, que pretende acotar la definición de comunales, no aparece referencia alguna al suelo, entendido como superficie terrestre, ni a los recursos naturales en su totalidad, y menos a los medios de producción o al trabajo humano. Desde mi punto de vista, eso sucede porque ninguna de esas ideas sobre el procomún plantea los bienes comunales como una alternativa integral a la economía capitalista, ninguna pone en cuestión la esencia propietarista del sistema dominante, sino que se limitan a plantear reformas que permitan convivir con el capitalismo y con su mentor principal, el Estado, a resolver una parte de sus disfunciones económicas y sociales, como si éstas no fueran estructurales y, en definitiva, con la ingenua pretensión de hacer la vida más soportable bajo la dictadura estatal-capitalista. Es exactamente lo mismo que sucede con otras teorías próximas, en el ámbito progresista o de la izquierda capitalista, como las teorías del decrecimiento, la economía del bien común o la renta básica. Si se coincide con el capitalismo en atribuir a la economía la centralidad de la vida humana, es normal que se produzcan esas contradicciones entre personas que dicen ser anticapitalistas.

Así pues, considero que la reinvención de los comunales para la economía del siglo XXI es, todavía, una de las cuestiones pendientes más relevantes en el contexto teórico y práctico de la revolución integral que estamos iniciando. La finalidad de organizar la vida en modo convivencial, reconstruyendo al sujeto individual y comunitario, incluye necesariamente la construcción de un nuevo sistema económico, radicalmente contrario al actual, una economía ecológica y democrática necesariamente fundada y articulada sobre los bienes comunales.

Las referencias históricas a los comunales en tiempos pasados son muy reveladoras e interesantes, pero son eso, referencias, hitos que señalan el camino a seguir. La economía comunal que tuvo su tiempo en los concejos medievales apuntaba en la dirección correcta, pero fue parcial, relativa e insuficiente, por lo que debemos considerar también todos sus defectos y limitaciones, producidas en su contexto histórico, en el marco de un sistema de poder feudal, a pesar del alto grado de autonomía que alcanzaron las instituciones populares comunitarias.

La pervivencia de prácticas comunales en el medio rural español hasta nuestros días, representa un mínimo residuo histórico de su origen concejil en el medievo; son prácticas que han ido degradándose hasta la actualidad, cuando se anuncia su definitiva extinción mediante una ley estatal para la reforma de la administración local y la ordenación del territorio. Esa ley es utilizada ahora -¡a buenas horas, mangas verdes!- por la izquierda capitalista para hacer bandera de la autonomía municipal y de la ruralidad, en defensa de la ridícula democracia local y de los últimos y escasísimos bienes comunales que aún perduran (apenas algunos pastos, leñas y montes), en el escenario contextual de un mundo rural arrasado, convertido en paisaje social, cultural y económicamente devastado, plenamente subordinado a los intereses políticos y mercantiles, concentrados en la centralidad neurótica de la metrópolis urbana, el modelo de desarrollo propio del sistema estatal-capitalista. Están hablando de un medio rural privado despoblado por efecto de la política agraria europea, extinguido por obra y gracia del desarrollismo urbano practicado en cómplice alternancia por gobiernos tanto de la izquierda como de la derecha. Hace falta tener cara dura para defender y reclamar autonomía local para un municipalismo permanentemente ninguneado y agredido por la falsificación parlamentaria de la democracia como por ese tinglado esperpéntico llamado “Estado de las autonomías”, un agregado de virreinatos regionales en manos de oligarquías políticas que compiten por el reparto del botín bajo la tutela del estado central, corrompidos todos hasta el tuétano por el clientelismo que define y caracteriza a su cachondo concepto de “democracia local”.

Concluyendo, me parecen necesarias dos observaciones fundamentales acerca del debate sobre los comunales: la primera es que éste apenas ha comenzado, que estamos en sus esbozos iniciales; y la segunda es que, por ahora, este debate está siendo secuestrado por propuestas progresistas de carácter reformista, en nada alternativas y en nada útiles para la revolución integral.

Por otra parte, ecologizar-ruralizar-relocalizar y comunalizar son estrategias de futuro cuya actualidad obra ya en el haber de la actual crisis sistémica que vivimos, son estrategias transversales imprescindibles para la construcción de la economía comunal que habrá de formar parte del programa revolucionario. De momento, me permito una modesta contribución, aportando unas notas que pretenden avanzar en la identificación de los comunales o procomún, empezando por el principio inicial de los enunciados por Elionor Ostrom (“1. Límites claramente definidos y exclusión efectiva de extraños”). En esa línea, pienso que hay que considerar dos tipos de procomún, universal y local:

El procomún universal lo considero integrado por los bienes comunes, materiales e inmateriales de naturaleza universal, aquellos que no son propiedad de nadie y que a todos son accesibles en modo igualitario, mediante normas que vinculan y comprometen por igual al individuo y a la comunidad en su uso solidario y responsable y en todas sus dimensiones, ecológica, social, económica, cultural y política.

Pertenecen al procomún material-universal todos los recursos naturales del planeta Tierra sin excepción alguna. Siendo previsible la imposibilidad de un pacto global para su declaración, le compete a la voluntad soberana de cada comunidad local la iniciativa de declarar unilateralmente el procomún universal que se corresponde con los recursos naturales existentes en su territorio, junto con la responsabilidad de su administración.

Sin propiedad privada, carecerá de sentido el derecho de herencia. La herencia de los recursos naturales sólo es concebible entre generaciones, obligadas por el compromiso ético y ecológico que representa la preservación de ese legado. Así, pues, debe ser abolido el derecho de herencia individualista y propietarista, impuesta por el derecho romano, en lo referente a estos bienes.

Pertenecen al procomún inmaterial-universal todos los recursos que integran el ámbito de la cultura y el conocimiento humano, siendo consustancial a los mismos el libre e igualitario acceso por parte de cualquier individuo o comunidad, cualquiera que sea el territorio en que habiten y cualquiera que fuera el modo, presencial o virtual, por el que se acceda a ellos. Como sucede con todos los bienes comunales, su existencia está necesiariamente vinculada a la de la comunidad que los usa, a la que corresponde el autogobierno de los mismos, que incluye las tecnologías que hacen posible su uso compartido.

El procomún local lo considero integrado por los bienes derivados del uso y aprovechamiento comunitario de los recursos (materiales e inmateriales) propios del procomún universal.

En estos bienes sí cabe la propiedad privada referida a los producidos a partir del trabajo y la creatividad personal, generados a partir del uso legítimo de los recursos comunales. La vivienda, como la disposición de tierra para la producción de alimentos o de energía, que proporcionan autonomía personal, son el ejemplo más claro de estos bienes de propiedad legítima.

El valor atribuido al uso de estos bienes, tanto individual como colectivo, constituye la renta comunitaria, en la que todos los miembros de la comunidad tienen igual deber de participación y responsabilidad, en función de sus capacidades y necesidades. La producción personal o colectiva de estos bienes es la alternativa democrática al trabajo esclavo-asalariado. La distribución equitativa de la renta comunitaria lo es respecto del actual concepto capitalista del salario.

Notas finales:

  1. Al naciente paradigma de revolución integral le corresponde rescatar la esencia democrática y revolucionaria  de los bienes comunales. Hay que rescatar los comunales tanto de la ocultación histórica de su pasado como de la manipulación ideológica y tecnológica de su futuro, porque tras la esquilmación de los comunales materiales -básicamente fundados en los recursos naturales y en el trabajo humano comunitario-, los nuevos comunales inmateriales o virtuales, los del ámbito del conocimiento y la cultura, son hoy objeto de sistemática perversión mediante una manipulación ideológica de dimensión colosal. Hemos empezado a denominar como biopolítica a esa colosal manipulación de la vida por las corporaciones y los estados, que a partir del despliegue y control de las nuevas tecnologías buscan en el conocimiento y en la cultura sus nuevos territorios globales por explotar, como alternativa a la crisis de producción provocada por el agotamiento de los recursos en la “economía de lo material”. Con el agravante de que todo ello está teniendo lugar hoy con la sumisa complicidad de las multitudes, deslumbradas por las nuevas tecnologías electrónicas y la internet.

  2. En otra entrada de mi blog ya incorporé algunas reflexiones acerca del procomún. Para más información, remito a dicha entrada: “En democracia, la economía se basará en el procomún”.

Tags: , , ,

Comments are closed.